Marta Hernández | 21 de diciembre de 2017
“Ruedas pinchadas, carteles arrancados o rotos, ayuda negada a un forastero perdido… esta clase de situaciones demuestra que la gente puede sufrir incomodidades e incluso peligros cuando el clima de opinión está en contra de sus ideas”. Noelle-Neumann, autora de la teoría de la espiral del silencio, reflexionaba así sobre la polarización de la opinión pública de Alemania en torno a Willy Brandt en 1976.
La autora llevaba años recogiendo datos sobre Alemania que le permitiesen validar su teoría. Su investigación había alcanzado un punto álgido cuatro años antes. Corría 1972 y Willy Brandt se había presentado a la reelección como canciller con una popularidad que rozaba sus máximos históricos tras ganar el Premio Nobel. Sin embargo, la opinión que suscitaba en la sociedad alemana parecía haberse dividido al convertirse en el símbolo de la Ostpolitik, cuyo objetivo era la reconciliación con el Este en plena Guerra Fría. El vicepresidente de los Estados Unidos, Spiro Agnew, aseguró entonces que había una “mayoría silenciosa” contraria a Brandt. Sin embargo, Brandt ganó aquellas elecciones.
Salvar a Cataluña de aquellos que la quieren sacrificar a toda costa para destruir a España
Noelle-Neumann comprobó empíricamente, a través de numerosos estudios sociológicos, que los partidarios de Brandt habían conseguido hacerse con el discurso dominante. Sus críticos, sin embargo, se sentían cada vez más reticentes a mostrar su opinión, a medida que percibían que el respaldo a Brandt crecía. De este modo, se fue fortaleciendo la impresión de que la mayoría del país estaba a favor de los socialdemócratas de Brandt. Se había activado la espiral: los indecisos se sentían animados a simpatizar con sus argumentos, porque ello permitía la inclusión social. Noelle-Neumann entendió entonces que el ser humano prefiere elegir la opción que cree equivocada antes que quedar en soledad.
La teoría de la espiral del silencio puede extrapolarse a la situación que vive Cataluña actualmente. Y puede hacerse por la existencia de un discurso dominante independentista desde hace años, que no tiene por qué corresponderse con la opinión mayoritaria. La espiral del silencio no se inicia porque una de las posturas cuente con más masa social respaldándola, sino por ser capaz de gritar más. Al hacerlo, sus argumentos cristalizan en el imaginario común y se ligan a la identidad del conjunto. De este modo, las posibles posturas disidentes quedan aisladas y sin referentes. Y es entonces cuando el miedo a la soledad conduce a algunos sectores críticos a apoyar la postura dominante para poder regresar al camino de la aceptación social.
En una sociedad tan polarizada como la catalana, en la que un solo tema se ha convertido en el centro de la vida pública, la espiral del silencio se acentúa. Tan solo hay que caminar por las calles de Barcelona para comprobar que sus ciudadanos necesitan mostrar su opinión por medio de banderas. Tampoco este fenómeno, que pretende hablar sin palabras, es desconocido para Noelle-Neumann: “En los años sesenta, los hombres con melena estaban diciendo algo; igual que lo hacen los que actualmente [años ochenta] visten pantalones vaqueros en los países del Este de Europa”.
El hecho de que tantos analistas hayan identificado que existe una espiral del silencio en Cataluña debe servir para extraer una lección: si el discurso independentista consigue dominar el espacio público hasta las elecciones del 21-D, el comportamiento político de los que simpatizan con los argumentos constitucionalistas podría verse afectado. Si solo se escucha el discurso independentista, que es especialmente emotivo, puede incrementarse su apoyo electoral. Como ha señalado Francesc de Carreras: “En Cataluña, durante más de treinta años, hubo y todavía hay miedo a la soledad y la exclusión (…). Los callados, para autojustificarse, se fueron pasando al nacionalismo y, en los últimos años, al independentismo, creyendo que tiene posibilidades de triunfar”. Al final, el que calla, pierde.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.